Recuerdo a un niño que observaba todo lo que acontecía a su alrededor, fascinado, Que participaba en los juegos infantiles con los niños vecinos sin dejar de estaciarse con cada situación, con los sentidos, la brisa en la cara, el viento frio en las manos, que no le impedía crear un oceano en un charco de agua tras la lluvia. Las primeras lecturas "Robinson Crusoe·, "Sinue el egipcio" y que me hicieron ser un lector precoz de los costumbristas españoles, de la Trilogía de un vagabundo de knut Hamsun o de los cuentos de O'Henry (supongo que se escriben así). Mi primer y único amor, Elena, mi vecina, que aunque consideraba que era de una familia acomodada y muy reaccionaria, era bellisima. Por ella pegue los peores trompazos saltando el plinto en la gimnacia, que yo no podía ser menos que los demás. Recuerdo mi nariz pegada al cristal mojado por la lluvia de mi ventana para ver la luz muy reluciente y cálida de las ventanas de su casa. Y que por insistencia me llegaron varias calabazas en un curso del bachillerato. Yo, como hijo de un modesto albañil (aunque siempre le admiré y quise) y por cobardía reprimí mis sentimientos y nunca dije nada. Después me hice hombre y luego mayor. Pero con lógicas lagunas mentales aún siento esas tibias sensaciones.
Recuerdos de mi infancia
Recuerdo a un niño que observaba todo lo que acontecía a su alrededor, fascinado, Que participaba en los juegos infantiles con los niños vecinos sin dejar de estaciarse con cada situación, con los sentidos, la brisa en la cara, el viento frio en las manos, que no le impedía crear un oceano en un charco de agua tras la lluvia. Las primeras lecturas "Robinson Crusoe·, "Sinue el egipcio" y que me hicieron ser un lector precoz de los costumbristas españoles, de la Trilogía de un vagabundo de knut Hamsun o de los cuentos de O'Henry (supongo que se escriben así). Mi primer y único amor, Elena, mi vecina, que aunque consideraba que era de una familia acomodada y muy reaccionaria, era bellisima. Por ella pegue los peores trompazos saltando el plinto en la gimnacia, que yo no podía ser menos que los demás. Recuerdo mi nariz pegada al cristal mojado por la lluvia de mi ventana para ver la luz muy reluciente y cálida de las ventanas de su casa. Y que por insistencia me llegaron varias calabazas en un curso del bachillerato. Yo, como hijo de un modesto albañil (aunque siempre le admiré y quise) y por cobardía reprimí mis sentimientos y nunca dije nada. Después me hice hombre y luego mayor. Pero con lógicas lagunas mentales aún siento esas tibias sensaciones.
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